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Mére Thérèse Emmanuel

Cofundadora de las Religiosas de la Asunción

  • Mére Thérèse Emmanuel nace el 3 de mayo de 1817. Su nombre de nacimiento y de pila es Catherine, para sus amigos más í­ntimos, Kate.
    Su ciudad natal es Limerick, Irlanda. Ciudad fundada por Vikingos en el siglo IX. Una ciudad muy bella, famosa por su cultura, el arte, el deporte, la belleza mágica de sus paisajes. Ciudad bautizada como la “Dama de Irlanda”. El año 2011, es declarada Ciudad Europea del deporte, por su efervescencia en actividades deportivas y, en 2014, declarada “ciudad de la cultura”.

    En esta bella ciudad, nace hace dos siglos una niña dotada de gracias especiales de Dios, “hasta dar envidia a los ángeles”, decía su confidente, su guía espiritual y testigo de la obra de Dios en ella: Mons. Gay.

    Es la segunda hija de un matrimonio que tuvo cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Pierde a su mamá a los seis años y junto a su hermana Marianne, entra a un internado, con las Damas Inglesas de York. Hace su Primera Comunión a los 10 años, en Navidad. En el fervor de su alma joven, promete a Jesús entregarse a él en la vida religiosa. Luego entra al internado con las religiosas del Santo Sepulcro en New Hall. Aquí adquiere una alta idea y estima profunda por la vida religiosa, el gusto por las bellas ceremonias litúrgicas, que conserva toda su vida. Las semillas sembradas en su alma a través de la fe de su mamá y los dones del Cielo, crecieron en este ambiente de gracia y de paz.

    A los 17 años, termina sus estudios y regresa a la casa paterna. En este ambiente, nada le falta. En medio de las distracciones del mundo, su fervor y su vocación se enfrían. Ella razona, discute con Dios, con el mundo, con la gracia de su vocación y los atractivos de la vanidad. A los 20, sufre la ruina económica de su papá y a las 21, se traslada con su hermana Marianne a Paris.

    El 22 de marzo de 1839, se da el encuentro con el P. Combalot, quien con gran autoridad y en nombre de Dios le dice: “Dios la quiere. Usted debe ser religiosa. La bendigo para esta obra.” Se trata de la obra de educación de las Religiosas de la Asunción, cuya fundación se hizo el 30 de abril del mismo año; Catherine O’Neill se une a la primera comunidad el 5 de agosto.

    Catherine, adopta en la vida religiosa el nombre de Thérèse Emmanuel. Es una joven de un alma ardiente, orgullosa y bella, precisa, decidida, delicada, con convicciones propias y tono de mando, celosa de su independencia. Bajo una apariencia un poco fría y religiosamente reservada, tiene un corazón muy rico y una bondad profunda.
    Tiene un gusto especial por las bellas ceremonias litúrgicas. Ama la poesía, le encanta danzar.
    “Tenía la figura de un ángel, pero al que le faltaba poco para ser un ángel rebelde”, dice Madre María Eugenia, recordando su primer encuentro con ella.

    De alma tan orgullosa como su exterior, la sobrecoge el pensamiento del sacrificio y abraza con fervor – desde el inicio – todas las prácticas de la vida religiosa. Se abandona y se une a Jesucristo, entrando en un camino de unión íntima con él, dejándose invadir y abrazar por la presencia de Dios, sin tantos razonamientos humanos. Madre María Eugenia se encuentra muy pronto limitada en su ciencia para dirigir una oración que la sobrepasa…, Thérèse Emmanuel ha entrado en un franco camino de humildad y de amor. Su ejemplo empieza a ejercer una gran influencia en las demás hermanas.

    En la Navidad de 1840, tiene las primeras gracias de “elevamiento” que modelarán en ella una persona mística. Es conocida por ello como una “mística del siglo XIX”. Esta noche, ella escribe, “Mi alma…, un establo desierto que no opone ninguna barrera a los vientos del cielo… un pesebre en donde comienza un nuevo ser”. Efectivamente, Dios ha comenzado su obra maravillosa para cumplir su plan en su creatura: “Sé Emmanuel. Sé Emmanuel.” Sé mi presencia en medio de tu pueblo.

    El 3 de mayo de 1841, Thérèse Emmanuel muestra claramente otros rasgos de su personalidad: su liderazgo al servicio de la comunión y su amistad sincera y fiel con María Eugenia.

    El P. Combalot quiere irse de Paris con las hermanas. Madre María Eugenia se opone a su voluntad impetuosa y cambiante de la cual sufrían continuamente.

    MèreThérèse Emmanuel cohesiona a las hermanas en una adhesión ejemplar a María Eugenia, haciendo frente al peligro de la desunión y dice: “¡Jamás nos separarán de Madre María Eugenia!”.

    El 15 de agosto de este mismo año hace sus Primeros Votos. Al año siguiente, es nombrada Maestra de Novicias, misión que realiza hasta el final de su vida.
    Ella formó en la espiritualidad, en las virtudes y valores de la Asunción a las primeras nueve hermanas que sembraron los cimientos de la Asunción en este colegio a partir de enero de 1893: León, Nicaragua, ¡cuna de la Asunción en América!

    MèreThérèse Emmanuel celebra su Profesión Perpetua el 25 de diciembre de 1844 y sus Bodas Eternas con Jesucristo el 3 de mayo de 1888.

    Antes de su último suspiro dice: “Pertenezco a la Asunción, mi vida se ha consagrado por entero a ella; no la dejo; voy a la Asunción de la Eternidad… Estoy a la puerta; quisiera decir aún muchas cosas que deseo que queden y que las considero importantes”.

    Mons. Gay, dirigiéndose a las religiosas de la Asunción al mes de su muerte, les dice: “Ustedes saben mis hermanas, que Mère Thérèse Emmanuel fue para su venerada madre fundadora: más que una cooperadora, más que una hermana, más que una amiga. David y Jonatán no tuvieron sus almas más unidas, que lo que las tuvieron estas dos Madres encargadas por Dios para establecer la Asunción. Ellas caminaron los mismos pasos, apoyada la una en la otra, decidiendo todo, haciendo todo en común”.

    “Su vida ha sido para mí más que un libro. No he conocido nunca un alma a quien Dios haya hablado tanto. Pobre pequeña creatura amada por Dios hasta dar envidia a los ángeles”. “Mère Thérèse Emmanuel fue una religiosa perfecta, una Maestra de Novicias y una Madre plena, además de una contemplativa admirable. Y este elogio se queda corto”.

    Jóvenes, Asuncionistas todos, acojamos hoy su herencia, su espiritualidad, su camino de santidad. Ella nos dice que para estar presentes y comprometidos en el mundo de hoy, encarnados en la realidad sangrante y expectante, en esta tierra que gime y sufre dolores de parto, para ser agentes transformadores, debemos atrevernos a emprender una vía mística, una vida de unión con Jesús, de confianza y abandono en Dios que camina y está en medio de su pueblo, Dios que es Misericordia y Amor. ¡Emmanuel, Dios con nosotros!

    Marta Lorena, Religiosa de la Asunción
    • Sé Emmanuel. Quiero vivir en ti mi propia vida. Mi propia vida para los hombres.

      Coloquio en Navidad 1942. Mère Thérèse Emmanuel tenía 25 años. Al recibir la hostia, tuve una impresión indescriptible, como de Jesús naciendo en mi alma. Toda mi naturaleza entró en un asombro apacible, sufriendo los efectos de esta maravilla: el Verbo de Dios descendiendo en mí para unirse realmente a mí por la gracia, como se unió a la Santa Humanidad por la persona… Sentía que entraba en mí como un vencedor queriendo llegar a ser la persona de mi vida y que mi humanidad se entregara totalmente a sus designios. Se trataba de reproducir en mí la vida de Cristo, de entregarme a sus misterios. Pensando en las acciones de mi vida, sentí con profundo respeto, que de ahora en adelante, éstas serían animadas por el Verbo Encarnado. No debía alejarme en nada de la Regla, llevando esta maravilla interior en un silencio y una paz extrema, estando para todos y en todas las cosas de una manera nueva. Estas palabras me fueron dichas: - “Sé Emmanuel. No seas más lo que has sido. Soy yo quien te ha llamado Emmanuel; te he llamado con mi propio nombre, porque quiero ser en ti, no quiero que sigas viviendo de tu propia vida, sino que sea yo quien viva en ti… Yo te he predestinado a eso.” La criatura debía morir para hacer lugar a Jesucristo (es una especie de lucha oscura entre Jesucristo que se apropia mi ser para usarlo según sus fines y yo que quiero permanecer siendo dueña de mi ser). “Estoy muerta y mi vida está escondida con Cristo, en Dios”. Más aún, “Vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí”. Esta vida del Verbo en el alma cristiana es una de las consecuencias divinas del misterio de la Encarnación. Ahí se encuentra el sello de toda santidad, la ley que rige la unión del alma con Dios. Mi alma, sintiéndose cogida por este designio, se desprende siempre cada vez más de otras influencias, para ser tomada únicamente por éste. - “Como hija de la Asunción, tu parte es Jesús, Jesús en tu vida y para vivir de Jesús, quiero hacerte gustar a Jesús por todas partes, hacer que dejes todas las cosas por Jesús y seas Jesús para todos”.
    • Quiero que el carácter distintivo de la Asunción sea el espíritu sobrenatural, el espíritu de fe.

      Mère Thérèse Emmanuel tenía 57 años cuando escucha a Jesús decir… - “Quiero que el carácter distintivo (de la Congregación) sea el espíritu sobrenatural, el espíritu de fe, pues es el espíritu de fe el que hace ver las cosas a la luz de Dios. Y brotará de una gran fe, de una fe ardiente. Hay que afirmar siempre lo que es sobrenatural, más conforme a mi Evangelio, más pobre, de mayor confianza en Dios, más despojado de sí mismo, más apoyado en mí, más dedicado y sacrificado a mis intereses. Yo las he escogido para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca. Esta obra que establezco debe tener un lado apostólico y debe dirigirla un espíritu apostólico como a los apóstoles. Ellos recurrieron a la oración, como cuando estaba con ellos durante mi vida mortal, como el medio frecuente que utilizaba para guiarlos y orientarlos en sus trabajos. Ya te he dicho que el Santísimo Sacramento expuesto en medio de ustedes, debe ser el centro donde tus hermanas recurrirán. La oración y la adoración serán su medio de comunicarse conmigo, de recibir mis luces para ser dirigidas en sus trabajos cerca de las almas. El Santísimo Sacramento es el misterio a través del cual se comunicarán en espíritu de fe. Entre ustedes es la base que sostiene el espíritu sobrenatural. Es el Maestro a quien traen los trabajos activos, como los apóstoles volvían a Jesús cuando vivía en medio de ellos y como volvían a la oración después de su Ascensión. Quiero que sean en la Iglesia lo que la Santísima Virgen fue después de mi Resurrección y mi ascensión hasta su Asunción, asistiendo a la Iglesia viviendo para Jesús en sus miembros, formándolo en ellos, sosteniéndolos, protegiéndolos. La fe es una gran cosa. Cree lo invisible. Hace ver como Dios, hace ver a Dios”.
    • Debemos imitar a la Virgen en su vida a partir de la Ascensión hasta la Asunción.

      Coloquio de Mère Thérèse Emmanuel con Jesús. 19 de julio 1862. Mère Thérèse Emmanuel tenía 55 años. En su coloquio con Jesús de este día, Jesús le dice que como Congregación debemos imitar lo que la Santísima Virgen fue desde la Ascensión, hasta su propia Asunción. - Yo pensaba: “… ¿Y todos los otros misterios? Tu infancia, tu vida escondida, tu cruz… ¿No tendremos nosotras parte en ellos?” Jesús le responde: - “Hija mía, yo te he dicho que tu Congregación debía imitar por su parte esta vida de la Santísima Virgen ayudando a la Iglesia, formándome, alimentándome, protegiéndome en las almas. Pero antes de hacer eso, María había pasado por todos mis misterios en unión conmigo. Ella había vivido conmigo, yo estaba plenamente formado en ella. Hace falta que tus hermanas se eleven uniéndose conmigo, en mis estados, en mis misterios, para formarme en ellas, con el fin de que ellas puedan después, como María, comunicarme a las almas en la vida activa.”
    • ¿Cuál será Señor la palabra de nuestra Asunción?

      Coloquio de Mère Thérèse Emmanuel con Jesús. 20 de enero de 1868. M. T. E. tenía 50 años, cuando le pregunta a Jesús en este coloquio del 20 de enero de 1868: - ¿Cuál será Señor la palabra de nuestra Asunción? Él le responde: - Una palabra de alegría, de alegría divina, quien ve a Dios tiene la alegría y si ustedes quieren ser verdaderas asuncionistas, hace falta contemplar a Dios, elevándose por encima de todas las cosas de la tierra, despojándose como la nada, para entrar en la alegría del Señor, como lo hace mi Madre en este misterio de la Asunción. Mi alegría consiste en todo aquello que complace a mi Padre, todo lo que lleva a las almas salvadas hacia la Eternidad, que Dios sea alabado, glorificado, servido, obedecido. Oh hija mía, que tu Congregación me dé esta alegría y que ella ponga en esto su alegría. Así cumplirá sus designios eternos, mis deseos y su misión. Yo la he tomado para mí, ella debe realizar mis obras como mi mano derecha con la cual ejecuto todo lo que yo quiero… Quiero de ustedes la alegría divina, la alegría en las cosas de Dios, yo las identifico con mi Iglesia. Su espíritu será el espíritu de la Iglesia y se extenderá como el suyo, a todo aquello que conozca y ame a Dios. Nada de estrecho, de particular, de exclusivo, sino un espíritu universal, amplio como la verdad que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Camina a la luz de mi rostro que brilla sobre ti, consuélame y ríndeme por la vida que te doy, mil servicios y todo tu amor. Hazme surcos amplios y profundos para recibir el grano que quiero sembrar: la santidad. El arado que abre el surco del alma, es la cruz. Dios quiere cosechar en cada surco. Cuando todos los otros surcos den cosecha, aquel que no la dé, faltará a la cosecha que Dios ha sembrado. - Señor, ¿qué quieres de nosotras? - El amor hacia mi persona. La Asunción debe ser mi guardia, como una guardia de honor adherida a la persona de un príncipe. M. T. E. expresa después de este diálogo: Yo me extrañé de esta misión guerrera que él parecía confiarnos. Yo había pensado en algo más íntimo, contemplando a Dios como la Santísima Virgen en este misterio de la Asunción. Él dice que esta misión de vigilancia convenía justamente a la Asunción que es un misterio de gloria y de triunfo, que nosotras, como una guardia de honor llevando el signo de la victoria de Jesús – la Cruz – debíamos hacerla triunfar. Debíamos afirmar por todas partes su triunfo a través de una adhesión particular a su persona como hace una guardia de honor.